Por Fernando Fabris y Silvia Puccini
En el número anterior de esta misma Revista expusimos los primeros resultados del proceso de construcción de un Modelo de Análisis de Emergentes Psicosociales, elaborado a partir de la perspectiva teórica de Enrique Pichon-Rivière. Con ello apuntábamos a responder a la pregunta de cuáles son las características de un Modelo de análisis de los emergentes psicosociales fundamentado en el Esquema Conceptual Referencial y Operativo (ECRO).
Para responder a ese interrogante tuvimos que ocuparnos de delimitar la perspectiva filosófica y metodológica, y considerar las técnicas y procedimientos de recolección y análisis de datos congruentes con la perspectiva teórica elegida. Elaboramos un guión de entrevista en base a ejes de investigación inferidos y construidos a partir del marco teórico. Este guión de entrevista así como el Modelo de Investigación de Emergentes Psicosociales fueron puestos a prueba por primera vez en 2008, oportunidad en la cual se utilizaron, además de la entrevista semiestructurada, otras técnicas como el análisis documental, grupos operativos de investigación, talleres creativos de investigación, entrevista a informantes clave, análisis bibliográfico e informaciones asistemáticas obtenidas en la práctica clínica y pedagógica.
Este Modelo de análisis focaliza la consideración de hechos sucedidos en un año calendario, enmarcados en el proceso socio-histórico y la vida cotidiana de la cual son parte estos hechos. Se investiga cuál o cuales fueron los signos característicos de un determinado año, enumerando para ello los acontecimientos y las ideas que parecieron tener mayor significación y resonancia y que se piensa la van a tener en el futuro. Es decir que nos interrogamos acerca de los que pasó ese año desde el punto de vista de los emergentes psicosociales, la vida cotidiana y el proceso social. ¿Cómo fue vivido y pensado ese año? ¿Cómo se proyecta hacia el pasado y el futuro inmediato?
El sentido de construir un modelo de análisis de emergentes es desarrollar instrumentos de análisis de la dimensión subjetiva de la vida social cotidiana (la subjetividad colectiva) que tengan una validez y eficacia similar a la que tienen los instrumentos clínicos y pedagógicos con que operamos en nuestras prácticas diarias. Este tipo de análisis es aún hoy, en gran medida, un irresuelto desafío metodológico. A diferencia de la pericia con la que quienes pertenecemos al campo “psi” analizamos una situación clínica o un proceso grupal, e incluso un problema institucional o comunitario, es poco frecuente encontrar un análisis de la subjetividad colectiva que transcienda claramente la mera opinión. Aún más: el análisis de la vida social, con énfasis en su dimensión subjetiva, es un verdadero desafío también para las demás disciplinas sociales.
En el camino de cumplir con estos requisitos y conscientes de no haber llegado al logro del objetivo que nos proponemos, nos parece pertinente y provechoso compartir los primeros frutos del proceso de construcción del modelo y los análisis que a partir del mismo venimos realizando. Para más información sobre las características de este Modelo de análisis puede consultarse Fabris, F.; Puccini, S.; Cambiaso, M. (2010).
Pasamos entonces a exponer algunos de los resultados de la investigación sobre los emergentes psicosociales de la Argentina durante 2008.1
El conflicto entre el Gobierno Nacional y las Organizaciones agrarias, a raíz de las retenciones móviles, activó una tensión social que se caracterizó por su intensidad y la diversidad de sectores y ámbitos sociales sobre los que opero. El conflicto recorrió escenarios tan diversos como los del espacio público, la mesa familiar y los vínculos más cercanos.
Apareció por entonces una situación de conmoción y en cierto sentido también de confusión, favorecida por la acción de algunos medios de comunicación que intervinieron en la dirección de incrementar la tensión que se había desencadenado.
Los entrevistados señalaron como referentes de los polos del conflicto a las figuras de la presidenta Cristina Kirchner por un lado y los líderes De Ángeli y Cobos por el otro. Agregaron que la situación argentina no fue ajena al contexto latinoamericano. Dijo una entrevistada al respecto: “En Argentina el paro del sector patronal del campo, en Bolivia la crisis con los separatistas y el triunfo de Evo en el referéndum, en EEUU las elecciones que dieron el triunfo Obama.”
Los sujetos entrevistados percibieron “un torbellino, por momentos sin dirección”, la sensación de estar “invadidos” y con “demasiada información”. Otros refirieron “mucha tensión entre los distintos estratos sociales” y “la sensación de que esa tensión iba a explotar”. Cuando les preguntamos a cual otra época podía referirse el conflicto actual, surgieron distintos tipos de respuesta.
Un primer grupo lo refirió a los años 2001 y 2002 aunque desde dos miradas distintas. Por un lado por la conflictividad social y el enfrentamiento y por el otro, por la sensación de que tanto en el 2008 como en el 2001 lo fundamental era el carácter anómico de la situación.
Quienes subrayaron la situación de enfrentamiento refirieron a la “conflictividad, con la diferencia que en ese año los reclamos los realizaban los sectores más desprotegidos y en este lo realizaron los que defendían ganancias extraordinarias con las exportaciones” (Luis, 47). Quienes subrayaron lo anómico de la situación dijeron “En los últimos meses se puede comparar con la sensación de caos de diciembre de 2001”. (Sonia, 54) y también que en ambas fechas “no se priorizaban las necesidades sociales” (Susana, 30).
Un segundo grupo lo comparó al año 1976 e incluso 1955, aunque nuevamente aquí, desde ángulos distintos: unos veían un clima pre-golpista y otros consideraban que se estaba viviendo “como si fuese una dictadura”.
Un dato interesante es que un tercer grupo consideró lo que sucedía en 2008 como algo nuevo y original. Se dijo: “No le encuentro comparación, nada que ver con el cacerolazo, no es lo mismo”. (Natalia, 20). “No sé, con ninguno, no sé, el 2001 era mucho peor” (Juan, 40). “No tiene comparación con otro tiempo”. (Gustavo, 41). “Es un momento donde hay cosas nuevas… a veces me emociona porque siento que estoy en un momento como cuando algo va a romperse y va a transformarse en otra cosa… (Soledad, 32).
Los entrevistados coincidieron en la sensación de estar viviendo momentos de sufrimiento: “incertidumbre”, “inseguridad”, “dificultad”, “insatisfacción”, “desánimo”, “abatimiento”, “pesimismo”, “angustia”, “enojo”, “miedo”, “descreimiento”, “depresión”, “ataque”, “falta de estabilidad”, “decepción”. Por otro lado y al mismo tiempo se registró un significativo optimismo acerca de la resolución de los conflictos y una expectativa positiva respecto del futuro; un optimismo moderado pero optimismo al fin. Se afirmó “creo que vamos a ir caminando muy lentamente hacia un país un poco más justo“(Luis, 47). “Vamos a salir de este despelote, no hay que desanimarse”. (Juan, 40). “Creo detectar rayos de luz en algunas actitudes de la gente, en algunas medidas de gobierno” (Mirta, 66).
¿Cómo se articula la percepción de un 2008 de tensión y sufrimiento con una imagen esperanzada del futuro y la creencia en una solución positiva de los conflictos actuales?
Es probable que haya intervino aquí la vivencia de estar en un momento de inflexión. La tensión y el sufrimiento referida por los entrevistados parece ser la propia de un momento de crisis pero también de cambio y transición hacia una situación nueva, un momento de expectativa, de cierta perplejidad y crisis, aunque también de construcción de una nueva identidad.
El optimismo respecto del futuro aparece condicionado a la existencia efectiva de la participación social; en este sentido puede conjeturarse un grado mayor de conciencia del propio papel (colectivo e individual) en la construcción de la historia social y política.
“El futuro es por momentos incierto pero esto cambia al ver la necesidad de ‘hacer’ de algunas personas…se vuelve promisorio pensando en una participación colectiva, activa, desde mi lugar”. (Nelly.41). “La necesidad consciente, caminar en un reencuentro. Sin tanto individualismo”. (María, 45). “Participación popular, activa y critica”. (Mariana, 38). “Promover organización de base de todos los sectores, impulsando un planeamiento estratégico participativo.” (Ariel.66). “Retomar y recrear experiencias y espacios de participación lo veo como imprescindible”. (Mariela.42).
Es probable que además de la necesidad de participación en lo público, redescubierta desde antes del 2001, haya jugado un papel la vivencia de tener un lugar en los acontecimientos. Por otro lado el optimismo existente (de tipo mesurado y no exitista) puede deberse también a la innegable reconstitución del sistema de representaciones políticas, ahora contradictorio y conflictivo, pero no ausente como en años anteriores, lo cual es probable que cause cierto alivio subjetivo a una parte de la población. Para la mayoría se trataba ahora de que se vaya “una parte” no del “que se vayan todos”, propio de los años anteriores.
En otro sentido cabe considerar que un grado mayor de salud mental no presupone de por sí menos sufrimiento. Hay momentos en que por lo contrario, la salud mental presupone ese sufrimiento, relacionado a la elaboración de la pérdida de una ilusión protectora. Es también evidente que no estamos en una época en la que existan expectativas de cambios sociales rápidos y radicales, sino más bien de transformaciones sociales importantes pero graduales. Si bien todos los factores mencionados son relevantes, consideramos que el nombrado en primer lugar es el más importante. Nos referimos al papel que los entrevistados adjudican a la participación social y comunitaria, entendiendo que esta participación puede incidir en el curso de los acontecimientos.
Otro ítem de la entrevista apuntaron a indagar cómo los sujetos percibían la historia reciente: “De 50 años a atrás hasta ahora todo se fue degradando” (Natalia, 20). “Vamos en bajada, en picada decadente…desde el 90 hasta ahora es decadente” (Juan, 40.) “Entonces es un país armado de esa manera, con esperanza pero con mucha tristeza”. (Soledad, 32). “Un rompecabezas que no termina de armarse, hay piezas que faltan y no se encuentran (Nelly, 41). “Una historia joven de sucesivas luchas necesarias que no llegaron a resolverse”. (Damián, 19).
Más allá de los matices hay coincidencia que en el 2008 se produjo una inflexión. Desde el campo de la política y del periodismo se remitió esa inflexión a un supuesto “fin del kirchnerismo” que los acontecimientos posteriores se encargarían de desmentir.
En los entrevistados la referencia fue la sensación de estar viviendo un estado de cambio, de crisis y de movimiento. De estar transitándose un momento de transición, de expectativa, trance, inseguridad y crisis, de construcción de una nueva identidad.
Consideramos que durante el año analizado se produjo una inflexión y reconfiguración del tipo de subjetividad colectiva predominante. Cabe aclarar que esta subjetividad colectiva está constituida por los denominadores comunes de la subjetividad de cada uno de los individuos que viven un mismo tiempo y espacio social. Constituye una dimensión fundamental del proceso social e histórico, siendo producida a la vez que productora de la praxis social. No se trata de ningún tipo de entidad transhistórica. La subjetividad colectiva puede ser, como todo otro tipo de subjetividad, creativa o estereotipada, meramente conservativa o crítica y trasformadora. Sus componentes, o la relación entre los mismos, pueden describirse por medio de categorías como integración, disociación, fragmentación, ambigüedad y/ó colapso.
El antagonismo de perspectivas alrededor de ciertos puntos en los entrevistados, la vivencia general de estar en un momento de inflexión, el poder separar el sufrimiento vivenciado del optimismo que mencionamos, así como otro indicadores, nos lleva a considerar que durante 2008 se instaló o reinstaló un modo de funcionamiento subjetivo: la disociación. Pero no se trata de una disociación patológica, mera defensa de angustias personales y sociales: se trata de una disociación operativa e instrumental, es decir constructiva.
¿Cómo puede constituir la disociación una característica constructiva y por lo tanto positiva de la subjetividad?
Hagamos un poco de historia. Los años noventa se caracterizaron, desde el punto de vista que aquí subrayamos, por la fragmentación subjetiva y vincular (P. de Quiroga, A., 1998; Fabris, F. 2002). Fueron años de vulnerabilidad y fragilidad subjetiva, donde se constituían identidades devastadas por la aplanadora neoliberal que quitaba los más mínimos apoyos sociales.
Del otro lado encontraban estímulo subjetividades patológicas como el falso self, la psicopatía y diversas formas de perversidad narcisística en sujetos que sirvieron como ejecutores de la política de “acumulación por desposesión” (Harvey, 2004).
La fragmentación y el vacío constituyeron la experiencia subjetiva de millones de personas. El proceso de resistencia y confrontación con ese orden social, desde mediados de los noventa tuvo un punto de llegada en la rebelión popular del 2001. Se conformó allí un momento de auge del rechazo político al neoliberalismo a la vez que se gestaron y extendieron nuevos tipos de prácticas sociales y nuevos modos de subjetividad colectiva, las cuales no se caracterizaban ya por la fragmentación (Fabris, 2002).
Por un lado se recobraban los puntos de apoyo, las prácticas colectivas y la creatividad personal y social. Aunque el derrumbe del orden previo fue para muchos un momento de colapso subjetivo, aumentando durante 2002 y 2003 el índice de suicidios tanto como las implosiones psicosomáticas (accidentes cerebrovasculares, infartos cardíacos, etc.).
Los años que continuaron a 2003 fueron de mucho sufrimiento social y subjetivo (caracterizados por entonces como el estar en el “infierno”). Pero también fueron años de revisión y reelaboración de la historia social y personal, cuestión de la que fue un signo el que los textos de historia pasaran a ser los bestsellers del momento. La reconstrucción de lo dañado en las últimas décadas (durante los noventa pero también desde la dictadura de 1976, y aún antes, desde la década de los cincuenta según señalaron los entrevistados) se produjo gradualmente, permitiendo la reconstitución de una subjetividad más integrada o por lo menos tendiente a la integración. Este proceso de reconstitución (es muy significativa la enorme producción cultural de los últimos años) dio lugar a una subjetividad que adquirió cierta profundidad existencial y una mayor conciencia histórica o situada, como quiera ser expresado. En el marco de ese fortalecimiento es que se creó una disociación que, como fue planteado, es de tipo instrumental y creativa.
Siempre que hay disociación operativa es porque hay cierto punto de apoyo. Este apoyo está dado por la presencia de una estructura psíquica pero también una estructura vincular y social que permite o da lugar a la aventura del contacto con la realidad (sin tanta ilusión), al hacerse cargo de la historia social y personal, sobre todo de sus aspectos más destruidos. Es decir que, dicho en otros términos, hay que estar bastante bien para disociarse operativamente y no sólo como defensa desesperada de determinada realidad externa o interna angustiante. Mariana (38) lo dice en estos términos:
“Sentí división, pero positiva. Porque fue producto de participar tomando posturas políticas en relación a temas importantes. Siempre estuvo, ahora se siente con más claridad”.
Esta disociación operativa se constituyó también sobre la base de un modo distinto de vivir el conflicto, a partir del aprendizaje social de una fragilidad no tan temida y por lo tanto una menor urgencia de certezas o salidas mágicas.
Sin embargo no se trata de una disociación operativa establecida fuerte y definitivamente ya que se observa la persistencia de un grado significativo de sufrimiento y de desestructuración y fragmentación subjetiva en una parte de la población. Así y todo consideramos que el rasgo dominante está dado por esta disociación instrumental y operativa, dependiente no sólo de la consistencia del proceso de su propia configuración (praxis), sino de condiciones histórico sociales sensiblemente mejores aunque también, en alguna medida, inciertas y problemáticas.
Conclusiones
El conflicto del 2008 marca un antes y un después: la intensidad y extensión de la confrontación sugieren la presencia de un emergente psicosocial ineludible: la tensión y el conflicto. Se dio entonces un momento de inflexión no sólo política sino subjetiva, instándose la disociación operativa como modo dominante de subjetividad colectiva.
El 2008, aún en la exasperación de sus confrontaciones, dio lugar a un avance político, en tanto retomó contradicciones históricas y sociales reales. Pero también dio lugar a un avance psicológico en tanto se instaló una disociación operativa que pudo constituirse superando la fragmentación de los noventa y también el carácter doloroso del proceso de reconstitución y revisión identitaria que se había desencadenó desde el comienzo de Siglo.
A partir del 2008 se constituyó una nueva oportunidad de volver a pasar, de otra manera, por los obstáculos que como sociedad, en circunstancias anteriores, no pudimos transitar y así avanzar en la transformación para no repetir la historia.
Bibliografía
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- Los entrevistados son varones y mujeres, mayores de 18 años, pertenecientes a sectores populares y medios de Capital Federal, Conurbano e Interior de la Argentina. Cabe aclarar que esta trabajo fue presentado los autores en el “XII Congreso Metropolitano de Psicología” realizado los días 1,2 y 3 de julio de 2010. Buenos Aires. Argentina. Colaboraron en algunas instancias de esta investigación integrantes del Equipo de Investigación en Psicología clínica y Psicología social (EDIPCYS) dirigido por F. Fabris. Entre ellos M. Cambiaso, C. Domínguez-Yates, C. I. Recla, G. Tonnier, M. M. Álvarez, G. E. Lachowicz y M.D. Galiñanes.
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