Ética en Psicología Social. El otro y su tarea

Mural de Diego Rivera. Detroit Institute of Arts.
Mural de Diego Rivera. Detroit Institute of Arts.

Este artículo fue publicado por primera vez en Psicología Clínica Pichoniana. Una perspectiva vincular, social y operativa de la subjetividad, de Fabris, F. y Galiñanes, M.D, Buenos Aires, Ediciones Cinco, 2004. Actualizado al día de la fecha (Marzo, 2014) es producto del trabajo realizado a partir de 1998 en la materia Ética y Deontología en Psicología social de la Carrera de Psicología Social de la Primera Escuela Privada de Psicología Social fundada por Enrique Pichon-Rivière.

La solidaridad es el único egoísmo legítimo.

Mario Benedetti

La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado.

Carlos Marx, Tesis sobre Feuerbach, 1845


Cuando en 1998 organizamos los contenidos de la materia Ética y Deontología en la carrera de Psicología Social nos encontramos con algunas dificultades. La palabra ética tenía, por lo menos en aquel momento histórico, poco sentido, ya que se sabía que quienes más la utilizaban eran quienes estaban comprometidos, muchas veces, en asuntos antiéticos. Aparecía, por varios motivos como una palabra que pareciéndolo decirlo todo, en realidad no decía nada, una palabra vacía.

Además el término “ética” no aparecía en el pensamiento de Pichon-Rivière y otros autores de esta corriente, en los que estaban presentes términos como actitud psicológica o ideología.

Una dificultad extra se agregaba ya que la ética implica el uso de categorías prescriptivas. Entonces es necesario hablar de lo permitido y lo prohibido, lo que es opcional pero también lo que es obligatorio. 1

Este lenguaje prescriptivo, que es también un lenguaje valorativo, está, en cierto sentido, en las antípodas de las categorías propias de un campo científico, de tipo descriptivo y cognoscitivo. Es sabido que como psicólogos sociales evitamos calificar las conductas desde un punto de vista moral o ético e intentamos más bien entrenarnos en registrarlas y describirlas tal cual aparecen, tratando de comprender sus significados psicológicos.

Pero para introducirnos en el terreno ético es necesario formular juicios: distinguir lo que es bueno o es malo, lo que está de acuerdo a la ética o lo que es contrario a ella. Es decir que es pertinente en el campo de la ética, a diferencia de lo que ocurre en el terreno específicamente cognoscitivo, utilizar un lenguaje valorativo y prescriptivo. Según J. Ferrater Mora, la ética se refiere a lo bueno y lo malo, a lo que se debe hacer y lo que no y es el tipo de lenguaje, valorativo y prescriptivo, una de las cuestiones que le dan especificidad. 2 Sin embargo, como veremos luego, lenguaje valorativo y lenguaje cognoscitivo (ética y ciencia) no son universos completamente ajenos y establecen entre sí complejas interrelaciones. 3

Pero no todo fueron dificultades en aquel momento, en el que queríamos descubrir cuál era la ética acorde con la perspectiva teórica pichoniana. Existían también significativas ventajas que una vez identificadas permitieron desarrollar de modo exitoso la tarea planteada. La teoría de Pichon-Rivière, así como los fundamentos filosóficos en que se apoya y la didáctica de emergentes que vehiculiza su enseñaje, están recorridas, de punta a punta, por una perspectiva ética congruente. Insistamos, la psicología social, en tanto marco teórico y práctica de una disciplina, está recorrida y fundamentada en un fuerte posicionamiento ético.

Los fundamentos éticos en el inicio de la psicología social

La segregación manicomial. En primer lugar hay que considerar que la psicología social en la Argentina, organizada como campo teórico alrededor del esfuerzo de comprensión de la enfermedad mental, significó al mismo tiempo una lucha contra la segregación social de los enfermos mentales. Es decir que, desde el comienzo, lo cognoscitivo (la comprensión de la enfermedad) estuvo unido a lo ético (combatir la segregación).

Compartir el emergente. La acción terapéutica ya desde aquel entonces no sólo apuntaba al esclarecimiento de los conflictos inconscientes de la persona enferma, sino también al desciframiento de la estructura y dinámica grupal y social que opera negativamente. Visualizó que los miembros del grupo, con dificultades de hacerse cargo cada uno de sus propias necesidades y ansiedades, deposita lo negado en uno de los integrantes del grupo (chivato), quien por sus propias dificultades se hace cargo de lo negado y enferma (portavoz de las ansiedades del grupo).

La tarea terapéutica apuntaba a decodificar y redistribuir las ansiedades para que cada integrante del grupo se hiciera cargo de las propias. De esta manera, cooperaban con la cura del depositario (paciente) a través del esclarecimiento de todos.

La técnica grupal operativa creada por Pichon-Rivière es, de hecho una crítica de la matriz del sacrificio de un sujeto (individual o colectivo) realizada con el fin de preservar al conjunto estereotipado. La significación ética de esta técnica, que apunta a comprender e impedir estas segregaciones, apuntando a una redistribuir de lo depositado, es más que evidente. 4

El protagonismo. En aquellos años iniciales (1945-1946), Pichon-Rivière entrenó a un grupo de pacientes por medio de técnicas grupales. Quería que, dada una situación de emergencia institucional, pudieran estos pacientes ocupar el rol de enfermeros. De este modo quedó abierto un camino de transformación del herido en curador, del “incapaz” en protagonista, del individuo inmerso y sometido en transformador.

En estas prácticas grupales, clínicas, institucionales, que teorizará unos diez años después, están presentes muchos elementos de una ética que tiene por centro la transformación de las condiciones sociales y vinculares, la cooperación y la promoción del protagonismo de los sujetos en su cura y aprendizaje.

Las prácticas a las que nos referimos, realizadas a mediados de los años cuarenta, fueron sistematizadas en los años cincuenta a través de la formulación de un ECRO (esquema conceptual referencial operativo). Este esquema teórico, fundado sobre el pensamiento dialéctico, se plasmó ya por entonces en categorías tan definitorias como espiral en continuo movimiento, vínculo y la focalización de la relación mundo interno y mundo externo. En aquel contexto, en plena producción de un marco teórico y práctico, se produjo también una novedosa y fuerte articulación entre ideología, ética, teoría, técnica y práctica, la cual fue permanente en este autor, abierto a todas las influencias a la vez que ajeno a cualquier tipo de eclecticismo. 5

Pero no todas las claves están en la historia de la psicología social ni en las características de la teoría. En la práctica cotidiana de la psicología social se presenta, una evidencia insistente: a la teoría y la técnica pichoniana subyace una ética, un tipo de valores, una actitud básica ante el otro y la tarea que se encuentra presente en los conceptos pero se manifiesta también en los encuadres de trabajo así como en las técnicas que se utilizan y las prácticas que a partir de todo ello se establecen.

Referencias básicas

La promoción de la salud, la prevención de la enfermedad y la asistencia, entendidos como objetivos de la psicología social, permiten establecer una primera delimitación respecto de lo que debe considerarse ético y antiético.

La concepción del sujeto y del mundo en que se fundamenta Pichon-Rivière, la concepción de la salud mental que elabora y sus definiciones sobre el sentido último de la intervención psicosocial, aportan otros parámetros, bastante claros, con relación al establecimiento de una ética pichoniana.

Es sabido que el psicólogo social tiene por objetivo la promoción de la salud, la prevención de la enfermedad y la asistencia. Cabe deducir entonces que todas las acciones que apunten en la dirección de estos objetivos serán éticas, mientras que aquellas que lo contradigan serán consideradas acciones antiéticas. Para decirlo de otro modo: los trabajadores de la salud no podemos intervenir, bajo ninguna circunstancia, en la dirección de empeorar o dañar la salud de los seres humanos.

En psicología social decimos que el sujeto es protagonista, lo que significa que es un sujeto de la praxis, del aprendizaje, de la interrelación activa con el mundo. Según Pichon-Rivière es un sujeto sano en la medida que aprehende la realidad desde una perspectiva integradora y apunta a transformar esa realidad transformándose a la vez él mismo; que es sano cuando mantiene un interjuego dialéctico con el mundo. Estamos citando definiciones que albergan significaciones teóricas, epistemológicas, ideológicas, y una concepción del hombre y de la historia.

Cabe concluir que, la intervención psicológica que contribuya a poner en práctica y reforzar estos rasgos inherentes a la condición humana, estará en consonancia con el fundamento ético que aquí se postula.

Insertos en una práctica profesional cualquiera, se nos plantea sistemáticamente, a veces de modo imperativo, la necesidad de reflexionar detenidamente sobre la significación ética de esa práctica.

El problema ético, y su relación con la práctica del oficio del psicólogo social, significan el desarrollo de cierta actitud (psicológica) que se concreta en el establecimiento de un vínculo (operativo) con los otros y sus tareas. Más adelante volveremos, desplegando lo que aquí sólo mencionamos.

Agregamos sin embargo que accionar, intervenir, operar, es también decidir y elegir en el marco de una multiplicidad de posibilidades, adoptar una posición o perspectiva, un punto que, por más situacional y relativo que sea, implica una determinación, una diferencia, una marca.

Ética abstracta vs. Ética concreta y situada

¿Cómo delimitar lo bueno y lo malo sin apelar a abstracciones vacías pero tampoco, invocando la mera utilidad inmediata? ¿Cómo pensar una ética desde una visión que implique, más allá de la ilusión de lo absoluto, algún tipo de transcendencia personal y social? ¿Cómo construir una ética que articule lo inmediato social con la espesura de la temporalidad histórica? ¿Cómo visualizar una ética que pueda pensar a los hombres y las mujeres en la historia, pero también en la situación e incluso, en el instante, en el momento, en el aquí-ahora-con otro? ¿Cómo establecer una ética concreta acorde con la práctica de la psicología social?

En primer lugar entrenando la capacidad de identificar la presencia constitutiva de lo ético en las actividades cotidianas que desarrollamos. Y para ello tenemos que realizar un esfuerzo que será en primer lugar de tipo cognoscitivo: aprender a reconocer la existencia del complejo entramado de dimensiones que se articulan en cualquier actuación profesional.

La psicología social (el ECRO pichoniano) es una teoría que tiene un fundamento filosófico e ideológico que supone ciertos valores (ética); también tiene una teoría del conocimiento (epistemología), una concepción del sujeto y del mundo (ontología) y un método (dialéctica). Este marco teórico se pone en acto a través de una técnica que está a la vez sustentada en una teoría de la técnica. Nombramos recién varios elementos que remiten a dimensiones distintas, coexistentes y cooperantes, las cuales suponen problemáticas específicas y conexiones múltiples, grados de mayor o menor generalidad (ver Figura 1).

En toda práctica que realicemos como psicólogos sociales, nos encontraremos con todas estas dimensiones. Cada aspecto requiere conocimientos específicos y se remite, por otro lado, a los otros aspectos con los que puede ser congruente o incongruente. A analizar una situación concreta, es necesario considerar la dimensión que quiere focalizarse tanto como reconocer que cualquier situación puede ser analizada desde todas ellas.

Figura 1
Figura 1.

El análisis que proponemos no se detiene en lo ya dicho. La ética y la ideología no sólo se relacionan a prácticas, teorías y técnicas sino que son parte de los que se denomina, desde la economía política, en términos de “superestructura”. Los procesos simbólicos e ideológicos en general se corresponden con un proceso económico-político y una estructura social en la cual se distinguen fuerzas productivas y relaciones de producción. Según expuso Marx, a quien seguimos en este desarrollo, las fuerzas productivas están compuestas por los materiales y medios de producción, aunque principalmente la capacidad productiva de los hombres en un momento histórico dado. Las relaciones de producción son las relaciones concretas que establecen los sujetos para producir, y tienen por factor determinante la relación de propiedad sobre los medios de producción, la que implica cierto poder y posibilidad de decisión sobre objetos y sujetos. Motivados por la necesidad de producir y reproducir la vida material, establecemos actividades y relaciones sociales de producción que constituyen la base (la estructura) sobre la que se asienta una determinada superestructura ideológica que está fuertemente definida por los intereses sociales de cada una de las clases y sectores sociales que colaboran y confrontan en un orden social.

Ninguna cuestión ética podrá ser analizada por fuera o al margen del problema del poder, del análisis de las formas objetivas de organización de la producción, de las formas de propiedad de los medios de producción y del papel que juega el interés de cada grupo y clase social.

Es entonces indispensable considerar no sólo los modos a través de los cuales los se representan las relaciones en que se encuentran sino el sentido de esas representaciones con relación a las condiciones objetivas.

La dimensión ética (y los valores en general) tienen significado en sí misma, pero no debe ser escindida del conjunto multidimensional del que forma parte. La ética es una dimensión irreductible a las otras dimensiones con las que está relacionada y por ello se dice que tiene especificidad y autonomía, sin por ello considerar que es independiente (ver Figura 2).

Situarse

Un pensador importante en el campo de la ética es Jean Paul Sartre, quien luego de dos décadas de silenciamiento por parte neoliberalismo y el posmodernismo, vuelve a ser tenido en cuenta. Es interesante considerar dos momentos en la obra de este autor. En el primero, situado en el contexto previo a la Segunda Guerra Mundial, subrayó la importancia de asumir la finitud del hombre, su carácter concreto y situado. El existencialismo de Sartre suponía un “darse cuenta” trágico, una vivencia de soledad y la conciencia de la inevitabilidad de la enfermedad y la muerte, en tiempos que ya no funcionaban las creencias que durante milenios habían operado como un consuelo de aquellas angustias. Se asumía así la existencia humana sin paraguas, sin la presencia de sistemas religiosos y otro tipo de creencias que habían asegurado a decenas de generaciones anteriores modos de trascendencia en el más allá.

A la situación límite de la muerte se agregaba la explotación y la desigualdad no sólo como problemas objetivos sino también como constatación de persistentes actitudes personales, institucionales y comunitarias que apuntan a perpetuar la desigualdad. Nos referimos al desprecio, el abuso de autoridad, la descalificación, el ocultamiento, la manipulación y la mentira deliberada.

Figura 2
Figura 2

Junto a la visión trágica de aquel primer existencialismo, tomó un lugar central, además del concepto de situación, el de compromiso. A la conciencia trágica de aceptarse finito, limitado, sujeto del tiempo histórico y, por lo tanto, excluido de cualquier tipo de eternidad, se incorporó la conciencia de la necesidad de transformar las condiciones históricas, objetivas y concretas, responsables de gran parte del sufrimiento humano que requería la ficción ilusoria para poder ser tolerada. Algo de ese reconocimiento trágico sufrió una modificación al ser incluido en la idea de proyecto. 6

El otro en la historia social

Hay una fuerte coincidencia en distintos autores en elaborar las definiciones sobre la ética a partir de la reflexión sobre las formas de significar a los otros y os modos de relación que a partir de ello se establece.

¿De qué depende esa significación? Uno de esos factores más determinantes proviene de las condiciones históricas y el papel de los modos de producción como dispositivos de configuración de subjetividad.

En la Antigua Grecia, en la que dominaba el modo de producción esclavista, las significaciones dadas a los hombres según su condición (esclavo o esclavista, es decir, amo) eran máximas. El esclavo podía ser comprado o vendido y tenía un valor jurídico similar al de un objeto pudiendo ser destruido (muerto) sin que ninguna ley lo sancionase seriamente. El propio Aristóteles, condensando la visión de las clases dominantes griegas, conceptualizaba al esclavo como “un instrumento parlante”. Las constantes rebeliones de esclavos (como la liderada por Espartaco, setenta años antes de nuestra era) no deben hacer sostenidas, seguramente, en aquella visión del esclavo como instrumento. Entre ellos, como en toda clase oprimida, existían ideas propias de la clase dominante, pero la necesidad de liberación debe de haber implicado la construcción de otro tipo de ética. El primer cristianismo contenía en sus prácticas, y en muchas de las ideas iniciales, un factor de rebelión importantísimo respecto del orden esclavista imperante.

El régimen feudal occidental, basado en un cristianismo cada vez más diferenciado del primitivo, organizó un nuevo sistema social en cuyos extremos se encontraban, por un lado, los siervos y, por otro, los señores feudales. Los campesinos, que tenían una pequeña parcela de tierra en propiedad, constituían un sector intermedio. Este sector social impulsó y protagonizó enormes rebeliones durante todo este tiempo histórico. El cristianismo, con interpretaciones disímiles que ponían el foco en la idea de la igualdad ante Dios vs. la obediencia al Señor a través de grados feudales, fue la ideología alrededor de la cual se establecieron estas disputas. En el seno de este modo de producción (feudal) fue desarrollándose otro nuevo, que luego se impuso.

El capitalismo necesitó expropiar a los campesinos de sus medios de producción para que sean “libres” y pudieran ser compulsivamente contratados en los talleres y fábricas. En el capitalismo, para el dueño de los medios de producción el otro aparece como alguien de quien extraer el valor producido por su fuerza de trabajo (plusvalía). El otro es necesario para él, desde su objetivo interés, como objeto de explotación. El significado general será el de objeto a dominar, el de sujeto al cual extraerle su capacidad de producir mercancías y con ello crear valor (de cambio). Esta significación tiñe la subjetividad en ese vínculo de manera muy distinta para cada uno de los participantes: obrero-capitalista, explotador-explotado, dominador-dominado.

A lo largo del siglo XX se desarrollaron distintas experiencias populares y socialistas que intentaron —y lograron con mayor o menor éxito— desarticular las relaciones de dominación de clase y construir un tipo de sociedad nueva. El Siglo XX dejó claramente expuesta una tendencia que recorre toda la historia humana: la expansión de la libertad individual y colectiva, estrechamente relacionada a la distribución de los bienes, y la reducción de la desigualdad y la ampliación de la justicia. Aunque el mismo tiempo histórico mostró, dialécticamente, el despliegue de la tendencia contraria: aquella que opera constituyendo incesantemente nuevas aristocracias, nuevas clases dominantes y con ello la reproducción y ampliación de las desigualdades.

Consideramos que es necesario tener en cuenta que aún en el marco del actual sistema social capitalista, en el cual se resuelven muchos tipos de antagonismos (aunque no el de clase social), es posible establecer prácticas sociales que generen relaciones más humanizadas, es decir, menos escindidas y alienadas.

La infraestructura emocional

La ética en la Psicología social puede ser definida como el ejercicio de una actitud típica con respecto a otro y su tarea. Esa actitud puede ser pensada como una de las dimensiones que permite tipificar el tipo de relación que se establece con ese otro.

La noción de otro, la forma de significar a los demás (y por lo tanto a sí mismo) tan vinculada con la problemática ética, depende, como dijimos, de ideas y representaciones históricas y sociales.

Al mismo tiempo el concepto de otro está codeterminado por una infraestructura emocional personal. Para sostener una condición ética no alcanza con el nivel cognoscitivo e ideológico. Apoya esta idea Boff quien opina que “la motivación por vivir valores, y con ello una vida ética, no viene de la razón y de los principios, sino de la emoción, del afecto y de la auto implicación; entrando incluso otras dimensiones como la estética, lo espiritual”.

Aceptar que el otro es otro diferenciado, que es otro diferente y similar, pero también que es otro necesario (y por lo tanto no meramente contingente), es decir otro junto a quien me libero, con quien establezco una tarea, supone la capacidad de elaboración de las ansiedades básicas y el enfrentamiento de las situaciones de apertura y cierre que toda situación de cambio implica.

Un alto monto de ansiedades (miedo a la pérdida y al ataque, miedo al cambio) genera condiciones negativas respecto de la salud mental, vinculada por Pichon-Rivière al reconocimiento del otro diferenciado y del carácter contradictorio de sí y de los demás (elaboración de la ambivalencia). La capacidad de elaboración de estas ansiedades tiene mucho que ver con poder establecer un vínculo de respeto, cuya condición necesaria es la posibilidad de significarlo como otro y no como apéndice de sí mismo. Para lo cual es necesario un descentramiento de la propia necesidad. Winnicott habló de la capacidad para la inquietud como base de la condición ética, por lo que no es casual que en los tiempos del neoliberalismo no sólo la salud estuviese seriamente afectada sino la propia ética. En este sentido decimos que no alcanza con un esquema conceptual y es necesario el trabajo de otros aspectos subjetivos, emocionales, que facilitan u obstaculizan ese reconocimiento. 7

El otro como necesario

En una plaza de la Ciudad de Buenos Aires, se leía hacer varios años una inscripción en los juegos destinados a niños con discapacidad que decía: “Somos todos diferentes, somos todos iguales”. La idea es positiva y emocionante pero aún así presenta ciertas limitaciones que muestran la presencia de una ética todavía excesivamente individualista.

La aceptación de la situación, de la responsabilidad, del compromiso, del proyecto (en Sartre) se corresponde en gran medida con la idea de Paulo Freire que ve al otro no sólo como objeto de reconocimiento en su similitud y diferencia, sino, más aún, como otro junto a quien me libero. Desde una perspectiva vincular y social –y por lo tanto necesariamente popular- el otro es alguien, no sólo igual y diferente, con el cual me identifico, sino otro que necesito, indispensable en la tarea de liberarse/liberarnos.

Desde Pichon-Rivière podemos pensar que la dimensión ética se ubica en la cuestión del otro como alguien con quien establezco una relación de cooperación para una tarea. El reconocimiento de lo que me diferencia y lo que me iguala, la aceptación de la diferencia (y la similitud), el respeto y la identificación, constituye un momento fundamental. Pero hay un movimiento superador que consiste en considerar que, con ese otro, tengo o puedo hacer algo, una tarea, que es aprender, trabajar, transformar/nos. Es un concepto similar al que vimos de Paulo Freire, otro junto a quien me libero. 8

Algunos casos y reglas éticas específicas de la psicología social como disciplina

Empecemos por la cuestión del secreto y la restitución. El secreto profesional es, según la Real Academia Española, el deber que tienen los miembros de ciertas profesiones de “no descubrir a tercero los hechos que han conocido en el ejercicio de su profesión”. La restitución es el deber de comunicar al conjunto con el que se trabaja, cualquier tipo de interacción que sucediendo fuera del marco de trabajo, lo ataña. Esa información debe ser comentada, comunicada (restituida) para que no opere como ruido.

Hay un problema técnico y metodológico particularmente vinculado con la ética. En el encuentro inicial y la primera formulación de una demanda por un sector cualquiera de la comunidad, es frecuente que aparezcan pedidos o definiciones contrarias a la ética. El psicólogo social, en este momento de inicio en el cual operan ansiedades muy fuertes, lejos de hacer una declaración condenatoria apunta a abrir un espacio de exploración de esa demanda para problematizar e identificar las necesidades puestas en juego. Desde esta actitud promueve el esclarecimiento de los términos reales y la elaboración de las posiciones antiéticas.

No debe trabajarse con un grupo, institución o comunidad con el cual el operador no tenga una aceptación franca de sus objetivos. Esto lo planteó ya José Bleger en Psicohigiene y psicología institucional. Si el objetivo de una institución o grupo es antagónico con la propia ética, lo adecuado es no comprometerse.

Son exigencias éticas y no sólo técnicas:

Empecemos por la cuestión del secreto y la restitución. El secreto profesional es, según la Real Academia Española, el deber que tienen los miembros de ciertas profesiones de “no descubrir a tercero los hechos que han conocido en el ejercicio de su profesión”. La restitución es el deber de comunicar al conjunto con el que se trabaja, cualquier tipo de interacción que sucediendo fuera del marco de trabajo, lo ataña. Esa información debe ser comentada, comunicada (restituida) para que no opere como ruido.

Hay un problema técnico y metodológico particularmente vinculado con la ética. En el encuentro inicial y la primera formulación de una demanda por un sector cualquiera de la comunidad, es frecuente que aparezcan pedidos o definiciones contrarias a la ética. El psicólogo social, en este momento de inicio en el cual operan ansiedades muy fuertes, lejos de hacer una declaración condenatoria apunta a abrir un espacio de exploración de esa demanda para problematizar e identificar las necesidades puestas en juego. Desde esta actitud promueve el esclarecimiento de los términos reales y la elaboración de las posiciones antiéticas.

No debe trabajarse con un grupo, institución o comunidad con el cual el operador no tenga una aceptación franca de sus objetivos. Esto lo planteó ya José Bleger en Psicohigiene y psicología institucional. Si el objetivo de una institución o grupo es antagónico con la propia ética, lo adecuado es no comprometerse.

Son exigencias éticas y no sólo técnicas:

Empecemos por la cuestión del secreto y la restitución. El secreto profesional es, según la Real Academia Española, el deber que tienen los miembros de ciertas profesiones de “no descubrir a tercero los hechos que han conocido en el ejercicio de su profesión”. La restitución es el deber de comunicar al conjunto con el que se trabaja, cualquier tipo de interacción que sucediendo fuera del marco de trabajo, lo ataña. Esa información debe ser comentada, comunicada (restituida) para que no opere como ruido.

Hay un problema técnico y metodológico particularmente vinculado con la ética. En el encuentro inicial y la primera formulación de una demanda por un sector cualquiera de la comunidad, es frecuente que aparezcan pedidos o definiciones contrarias a la ética. El psicólogo social, en este momento de inicio en el cual operan ansiedades muy fuertes, lejos de hacer una declaración condenatoria apunta a abrir un espacio de exploración de esa demanda para problematizar e identificar las necesidades puestas en juego. Desde esta actitud promueve el esclarecimiento de los términos reales y la elaboración de las posiciones antiéticas.

No debe trabajarse con un grupo, institución o comunidad con el cual el operador no tenga una aceptación franca de sus objetivos. Esto lo planteó ya José Bleger en Psicohigiene y psicología institucional. Si el objetivo de una institución o grupo es antagónico con la propia ética, lo adecuado es no comprometerse.

Son exigencias éticas y no sólo técnicas:

  1. Explicitar tiempo, método y objetivos de trabajo, así como los criterios de resolución de problema.
  2. Planificar y evaluar la tarea.
  3. Hacer devoluciones (eventualmente escritas, como en el caso del informe).
  4. Transmitir los avances logrados a la comunidad científica y la población en general, e) hacerse cargo del compromiso respecto de lo que se produce y/o descubre con otro (responsabilidad social por lo producido colectivamente y con el contenido descubierto).

El psicólogo social nunca es un líder de las situaciones en las que se incluye, ya que considera que el protagonista de los cambios es el grupo o comunidad con la cual trabaja y coopera. El rol de líder le está vedado técnica y éticamente, por lo que tiene que estar entrenado en la capacidad de descentramiento.9

La invasión, conquista, división y manipulación se oponen a la ética (Paulo Freire). La actitud contraria, acorde a ella, está del lado del diálogo y del conocimiento de la forma en que el grupo social, organizacional o institucional percibe sus problemas e intenta resolverlos. Lo dicho supone situarse como un copensor que tiene cosas para proponer, pero nada para imponer.

El psicólogo social trabaja en el terreno de los miedos. Se trata de una de las definiciones sobre su rol, el cual, además de estar focalizado en el desarrollo de una tarea y la interacción vincular, particulariza su mirada e intervención en las ansiedades básicas emergentes. Trabaja en un equilibrio (dialéctico e inestable) que apunta a elaborar y superar tanto las conductas de manipulación y control como la evitación de la responsabilidad inherente a su rol.

El rol del psicólogo social, cuando se desarrolla en un campo vincular, implica la asunción de una asimetría, y si esta asimetría no es asumida, la tarea del grupo se verá dificultada o incluso bloqueada. No abandona ni se entromete. La mayor parte de las veces, la tarea de un grupo la resuelven sus integrantes; pero hay momentos, que no son muchos aunque sí importantes, en los que no se puede desarrollar esa tarea en ausencia de la presencia del rol asimétrico. Son aspectos del proceso grupal de los cuales sus integrantes, en determinado momento, no pueden hacerse cargo por sí solos. Esa depositación es pertinente, en tanto se supone que se está con un especialista en procesos interaccionales e implica también, siempre en alguna medida, un movimiento de tipo transferencial. Entonces, en ese momento, en ciertos puntos de urgencia, está atento a no abandonar su rol, su papel, y asume instrumentalmente aquello que le es depositado, lo decodifica e interviene, sobre todo allí donde la situación planteada sólo puede ser resuelta desde su rol. Y por otro lado, como dijimos, debe renunciar a controlar la conducta de los otros y sus tareas.

Esta última cuestión tiene mucho que ver con elaborar, criticar y superar el sentimiento de propiedad del otro y el grupo, que nunca es “mi” grupo. Lo que el grupo produce es propiedad del grupo, y nunca del coordinador, y si esto no es entendido así inevitablemente se intentará controlar lo que suceda, lo cual, si bien puede ser un error técnico, puede también comprometer un problema de actitud psicológica y aun la dimensión ética. Por eso, hacer efectiva esta exigencia requiere tener elaborada en un grado aceptable la situación depresiva básica en general y, en particular —de entrada y progresivamente—, el duelo por lo producido por el grupo.

El coordinador tiene expectativas y deseos (pertinentes) sobre la tarea del grupo y establece un compromiso con su desarrollo, pero el producto de esa tarea es propiedad de sus integrantes.

La exigencia ética, muy vinculada con una concepción del mundo y en un sentido amplio con una posición política (no necesariamente partidaria), está dada por la actitud de no apropiación del otro y su tarea. Esta condición ética supone la capacidad de elaboración de duelos, un grado de fortaleza yoica y la existencia de vínculos y espacios sociales continentes donde procesar las prácticas.

Hay un renunciamiento a la apropiación por parte del operador que tiene, además, un efecto práctico y un significado técnico: la elaboración de ese duelo como operador en un campo y el establecimiento del control mínimo posible se corresponden, por lo general, con un aumento de la productividad grupal, vinculada, a la vez, con el despliegue del protagonismo de los integrantes del grupo.

Muchas veces el psicólogo social explicita los valores que sostienen su actuación profesional. Veamos un caso.

Cuando desde la Escuela de Psicología Social se realizó un trabajo grupal con los familiares de soldados muertos en la guerra de Malvinas, la discusión ideológica y ética tuvo un papel central en dos sentidos. En principio sobre la legitimidad de realizar ese trabajo. Y en segundo lugar era necesario, al coordinar los grupos —integrados por los familiares de soldados caídos—, posicionarse desde un lugar ideológico, que podía no expresarse necesariamente en palabras, pero que estaba estructurando y sosteniendo la posibilidad de esa operación psicológica en un marco que conmovía de modo similar a los coordinados y los coordinadores. En el caso de las personas que viajaban a Malvinas a ver las tumbas de sus hijos o padres o hermanos, era importante tener la disposición de acompañar y sostener el inmenso dolor. Era necesario ofrecer un lugar de apoyo desde una distancia muy distinta de la que es pertinente cuando se coordina un grupo operativo de aprendizaje de psicología social. Predominio de actitud de presencia en el primer caso, predominio de un interjuego flexible de posiciones de presencia y ausencia en el segundo.

En el trabajo habitual del psicólogo social, la mayor parte de las veces lo mejor es saber esperar, y apuntar a que el propio grupo no sólo elabore su tarea, sino también la ética implicada en ella. Esto incluso cuando desde el rol de coordinación se piensa y siente que algunas cosas que se dicen o actúan son injustas, denigrantes o perversas, y el coordinador se ve impulsado a expresar un juicio de valor desde una posición autocrática. Es decir, no interferir el proceso cuando no es necesario, pero hacerlo cuando lo sea, ya que la ausencia de intervención (o una actitud pasiva o laissez faire) condiciona negativamente el desarrollo de la tarea grupal.

Por último es necesario explicitar tres exigencias éticas del rol que son el establecimiento de espacios de supervisión de las tareas, de formación permanente y de reflexión sobre sí mismo con relación al rol y el campo de trabajo.

Modelos negativos

La psicología social se debate, por lo menos, entre cuatro alternativas técnico-éticas, tres negativas y una positiva.

La primera negativa es operar como un apaciguador de conflictos, al servicio de la adaptación pasiva a las condiciones dadas. Rechazamos esta posición por adaptacionista.

Otra posición negativa se produce cuando se confunden niveles de actuación social y se opera como si el psicólogo social fuera un líder revolucionario o un impulsor de acciones colectivas. Esta posición implica una grave confusión sobre quiénes son los protagonistas del cambio. El psicólogo social es factor de cambio, pero no agente de cambio, como fue afirmado en una época. Agente significa causa y el psicólogo social no debe pensarse como causa del cambio. Promueve el cambio, lo facilita, lo sostiene y lo acompaña pero no lo provoca. El rol del psicólogo social es diferente del de un militante. ¿Por qué? Una comunidad puede esperar de un militante social que asuma un liderazgo democrático y es pertinente que lo haga. Sin embargo, lo que es pertinente y ético en este terreno puede no serlo en la práctica del psicólogo social. Sólo circunstancialmente el psicólogo social es líder de algún aspecto de la tarea y, por lo general, la tarea parcial que se lidera está relacionada con sostener y facilitar las condiciones en las cuales se despliegue el liderazgo del grupo, la comunidad y sus integrantes. 10

Una tercera alternativa negativa es la indiferenciación de roles, la cual crea una situación de simbiosis con el otro que elude la realización de la tarea. El ejemplo más típico es el del operador en un campo social que, para defenderse de ansiedades muy elevadas, se deja absorber por ese campo. Se anula la distancia para suprimir la ansiedad pero que da inmerso en ese campo, con lo que pierde el rol. Por estar identificado masivamente con la situación dada no puede establecer un vínculo operativo y forma, con el grupo con el que debiera operar, una situación donde la pertenencia puede llegar a ser muy fuerte, tanto como débil la tarea.

Vínculo operativo y actitud ética

El psicólogo social es alguien que abre, sostiene y coopera en el desarrollo de espacios en los cuales puedan esclarecerse los conflictos, decodificarse las necesidades y planificarse estrategias de acción individuales y colectivas. Actúa como un copensor, un promotor de salud, un receptor de demandas tanto como un profesional que va hacia las situaciones, contribuyendo al protagonismo de los otros.

La tarea de abrir y sostener espacios (P. de Quiroga, A. s/f) no implica una neutralidad respecto de lo que ocurre en un campo social. El psicólogo social es un promotor de conciencia crítica, de adaptación activa. En última instancia como un trabajador de la salud, como un operador psico-social que, situado en las condiciones concretas en las que vive, incluidas las situaciones límite que supone la desigualdad, la enfermedad, la locura y otros modos de sufrimiento, así como las tensiones y obstáculos propios de la vida personal y social, se propone la transformación de esas pobrezas múltiples en enriquecimientos, de lo siniestro en lo maravilloso, de lo estereotipado en creativo, del miedo a cambiar en la posibilidad de cambio.

Para establecer una práctica científicamente válida y éticamente adecuada, es necesario que tenga cierto grado de esclarecimiento de la propia ideología, la cual, por lo general, no es absolutamente coherente y tiene zonas de ambigüedad y aspectos contradictorios. Señala P. de Quiroga (1984a) que el rol del psicólogo social requiere de la superación de fantasías narcisísticas y mesiánicas de hazaña personal y darse cuenta que el protagonista de la salud mental es el sujeto colectivo, el pueblo. Pichon-Rivière señaló la exigencia ética de trabajar para hacer más plena la existencia humana. En un sentido más acotado se refirió a la necesidad de lograr una mayor salud mental en la comunidad con la que se trabaja, sabiendo que la psicología social no sólo lucha contra la enfermedad, sino también, al mismo tiempo contra los factores sociales que la generan y refuerzan.

Conclusiones

A la psicología social le es inherente una específica perspectiva ética. Los objetivos de la psicología social, entre ellos la promoción de la salud, la prevención de la enfermedad y la asistencia, delimitan el marco general en el que se basa la ética profesional de la psicología social: lo que es ético y antiético en su marco disciplinario.

La concepción del sujeto y del mundo, así como la concepción de la salud mental y las definiciones sobre el sentido último de la intervención psicosocial, aportan directrices ineludibles.

Las referencias citadas se objetivan y particularizan en la calidad de la relación que estable un operador con los otros y sus tareas. Son sus rasgos distintivos el compromiso, el hacerse cargo, el respeto, el reconocimiento y la disposición de ir hacia las situaciones problemáticas y la capacidad de cooperación en el cambio.

La ética debe comprenderse como una ética situada, como una razón que tiene motivos que no se reducen a su propia lógica sino que remiten tanto a la disposición psicológica de quien la ejerce como a las determinaciones del contexto social e histórico en el que se pone en juego.

El modo de significar al otro, factor determinante del tipo de vínculo que establece el operador, supone factores históricos, ideológicos y psicológicos. Los históricos son los propios del modo de producción; los ideológicos son relativos a los intereses y perspectivas de cada sector y clase social en un contexto dado; los factores psicológicos se relacionan sobre todo al grado de reconocimiento del otro como otro, cuestión que depende en gran medida de la elaboración o no de la situación depresiva básica que se haya logrado.

Hay otra directriz ética que se relaciona estrechamente: se juega en la relación entre distribución versus acaparamiento de los bienes, materiales y simbólicos. No sólo es necesario distribuir las ansiedades, cuando están indebidamente depositadas en un sujeto o subgrupo social al que se lo hace funcionar como chivo expiatorio. También es necesario distribuir las capacidades y el reconocimiento de las capacidades, muchas veces indebidamente acaparadas. La promoción del protagonismo individual y colectivo es un modo efectivo de distribución del poder y reducción de la desigualdad.

El sujeto es producido, pero también productor del orden social. Es por esta característica inherente al género humano, que tiene sentido postular una ética psicosocial vinculada a la promoción del protagonismo colectivo. Si el sujeto no fuera productor del orden social (y fuera sólo producido por el orden social) el protagonismo postulado sería un imposible y la propuesta ética, algo utópico e irrealizable.

La dimensión ética está en estrecha conexión con otras dimensiones. No es independiente de la técnica, la práctica, la teoría, la ideología, aunque tiene su especificidad, un grado de autonomía y por lo tanto una propia razón de ser.

Cuando se pone en práctica la psicología social, a través de una técnica adecuada, puede visualizarse al mismo tiempo, el ejercicio de una premisa ética específica. La ética es inherente a la práctica, inescindible. Aunque a veces aparece como algo agregado, como reglas que se imponen desde afuera, se trata de una dimensión que está en el corazón de la identidad personal y profesional del psicólogo social.

Los cambios sociales deben ser liderados (esto es decididos, organizados y dirigidos) por los protagonistas directos del campo de intervención social en cuestión.
El psicólogo social coopera con el colectivo en el cual interviene. No ejerce liderazgos, más allá de situaciones acotadas; devuelve las depositaciones por medio de una dialéctica de presencias y ausencias. No se apropia de lo producido y trabaja para superar el sentimiento de propiedad del otro y su tarea.

El operador no impone una ética a los demás, sino que sostiene el espacio en el cual la dimensión ética de toda tarea se juega y problematiza. El compromiso del operador es sostener ese espacio, lo que supone también, la renuncia al control del otro y su tarea, para lo cual trabaja y se trabaja.

El otro, referencia básica de la ética, no solo es igual y diferente: es alguien extraño, inasimilable desde lo que ya se tiene. Y al mismo tiempo es radicalmente necesario, otro junto a quien me libero, otro con quien coopero para una tarea.

El psicólogo social establece una distancia y un vínculo operativos que deben distinguirse claramente de otros modelos como son el de apaciguador, el de líder, el autocrático y la simbiosis e indiscriminación. El vínculo operativo se juega en el abrir y sostener espacios, en la contribución al esclarecimiento y la facilitación de los cambios. El psicólogo social actúa como copensor del colectivo social que lo convoca. Trabaja, en última instancia, para aumentar la salud mental en una comunidad concreta, enfrentando la enfermedad y las condiciones sociales que la generan o refuerzan; interviniendo en el campo de las interacciones y los vínculos, contribuyendo de esa manera, a hacer más plena la existencia humana.

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  1. Ética (del griego “ethika”, de “ethos”, comportamiento, costumbre) es la teoría o ciencia del comportamiento moral (del latín “mores”, también “costumbre”) de los hombres en la sociedad. Deontología (ética profesional) es el estudio de los deberes que rigen una práctica profesional.
  2. Lo estético refiere a la relación de lo bello y lo feo; lo científico, a la relación entre lo verdadero y lo falso; lo ético a la relación de lo bueno y lo malo, lo que se debe hacer y lo que no debe hacerse.
  3. A modo de ejemplo puede considerarse que la unilateralidad en la lectura de la realidad conduce muchas veces a un pensamiento prejuicioso y antiético. El análisis de la complejidad y la contextualización de las conductas humanas tiende a corresponderse con un pensamiento ético. Debe considerarse también que cierto pensamiento “complejo” puede ser en los hechos un modo refinado de eludir el compromiso. También es cierto que algunos pensamientos aparentemente simples, pueden llegar a definir una situación con gran pertinencia, ética y operatividad.
  4. Un ejemplo sencillo: cuando se utiliza el recurso técnico de solicitar una visión o pensamiento alternativo se pone en juego una ética de inclusión y enriquecimiento conjunto.
  5. Se considera en este artículo que la ideología es una concepción de los sujetos, del mundo y de la historia que tiene fuerte conexión con las perspectivas e intereses de unas u otras clases y sectores sociales. Las perspectivas ideológicas pueden constituir un factor de cambio y/o de resistencia al cambio; en ese sentido se puede hablar de ideologías transformadoras y de ideologías conservadoras.
  6. Marx expresó en 1845 la dinámica de estos dos descubrimientos: “Feuerbach arranca le la autoenajenación religiosa, del desdoblamiento del mundo en un mundo religioso, imaginario, y otro real. Su cometido consiste en disolver el mundo religioso, reduciéndolo a su base terrenal. No advierte que, después de realizada esta labor, queda por hacer lo principal. En efecto, el que la base terrenal se separe de sí misma y se plasme en las nubes como reino independiente, sólo puede explicarse por el propio desgarramiento y la contradicción de esta base terrenal consigo mismo. Por tanto, lo primero que hay que hacer es comprender ésta en su contradicción y luego revolucionarla prácticamente eliminando la contradicción. Por consiguiente, después de descubrir, v. gr., en la familia terrenal el secreto de la sagrada familia, hay que criticar teóricamente y revolucionar prácticamente aquélla”.
  7. Señala S. Bleichmar (2002, p. 68-73): “Es el hecho de que nuestra vida haya sido valiosa, amorosamente, desde su inicio mismo, para otro, y que su vida a su vez haya sido la condición misma de nuestra existencia, no sólo material sino subjetiva lo que constituye el fundamento de la ética como reconocimiento de nuestra obligación hacia el semejante.
  8. No es solo el otro sino el otro como necesario (no contingente) y reconocido como otro (diferenciado). Otro que no soy yo y sin embargo me constituye. Siguiendo en gran medida a E. Dussel (1981) puede considerarse la analética como un momento de la dialéctica en el cual el otro es definido como alteridad, no porque es diferente, sino porque es distinto, inesperado, extraño y exterior respecto de lo propio (del yo o del nosotros). Es alguien no imaginado que sin embargo puede ser aceptado, más allá de la semejanza o diferencia que da lugar a una complementariedad posible pero también a un acto de control. Se trata de otro que no es aceptable a partir de definirlo como extensión de sí o como complementario. Es alguien distinto no por referencia a ese uno, sino por no ser aún representado, aunque claro está, potencialmente representable. Esta idea se corresponde, en cierta medida, con desarrollos de Prigoyine, quien se refiere a los sistemas disipativos en los cuales un elemento externo al sistema se incorpora, introduciendo una novedad que no solo lo perturba sino que logra modificar sustancialmente su propio funcionamiento.
  9. Un error técnico, que pude consistir en actuar inconscientemente un rol inadecuado, no constituye, necesariamente, un posicionamiento antiético.
  10. En tareas que coordiné en el contexto del hospital psiquiátrico, observé reiteradas veces que la contradicción omnipotencia / impotencia invade permanentemente el campo de trabajo y crea un fuerte riesgo de conductas no éticas. De modo similar ocurre en el trabajo comunitario realizado con poblaciones empobrecidas. La angustia que moviliza en el operador el encuentro con condiciones extremas, que limitan con lo inhumano, crea algunos riesgos técnicos y éticos que es necesario prever y elaborar.

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