El neoliberalismo necesita de la fragmentación subjetiva en las víctimas a la vez que del carácter perverso que apunta a la vulneración de la subjetividad individual y colectiva. El macrismo encarna la figura del cinismo perverso dotado de una enorme capacidad de poder para realizar ese destructivo ataque sobre la subjetividad.
Publicado en La Tecl@ Eñe).
La subjetividad colectiva es una dimensión psicológica de la praxis social que se relaciona a estratos profundos del ánimo colectivo, las estructuras del sentimiento e imperceptibles vivencias que todos tenemos sobre nosotros, los otros y el mundo que compartimos. Somos distintos uno de otros pero compartimos algunos denominadores comunes, ante los que reaccionamos, sin embargo, de modos distintos.
En la década del noventa predominó un modo de subjetividad fragmentada. Se había anunciado una revolución productiva pero lo que ocurrió fue una insidiosa perforación de la dignidad del trabajo, una enorme desestructuración de la vida cotidiana. Nos sentíamos divididos en pedacitos y llegamos a no saber quiénes éramos y si lo que creíamos ser tenía algún tipo de valor. En aquel tiempo se extendieron nuevas patologías como la bulimia y los ataques de pánico y otras ya conocidas como las depresiones, los infartos y las muertes súbitas, producto de la sobreadaptación a las exigencias laborales o la interminable angustia de la desocupación. Se incrementaron las perversiones narcisistas y las actitudes cínicas y psicopáticas, sobre todo en quienes tenían a su cargo la ejecución de las políticas de ajuste económico y social.
Luego de un tiempo logramos salir de la fragmentación y el vacío, al que nos había empujado el experimento neoliberal de Menem, Cavallo y De la Rúa. Una siempre demorada acumulación de poder popular se expresó a través de puebladas que aquí y allá forjaron la vivencia de ser sujetos grupales de poder. Fue así que recuperando la autoestima irrumpió en 2017 la inolvidable rebelión en la que confluyeron sectores sociales que habían estado divididos y dispersos hasta ese momento. Tuvo lugar un nuevo emergente: un tipo de subjetividad integrada. Volvíamos a saber quiénes éramos aunque el sufrimiento acumulado durante una década no hacía sencillo el reconocimiento.
La mejora paulatina de las condiciones socioestructurales facilitó durante algunos años ese proceso de integración. Hacia 2008 tuvo lugar una confrontación que fue definida desde las clases dominantes como una grieta. Pero más allá de la exaltación típica en los modos de expresión se trataba de una tensión inherente a toda sociedad donde se discuten intereses relevantes y contrapuestos. Los festejos del Bicentenario, en 2010, marcaron un elevado punto de integración social y psicológica que se manifestó como subjetividad colectiva integrada e historizante. Ya no era la inmediatez posmoderna lo que importaba sino que la historia y el futuro eran otras vez conjugados a la hora de vivir el presente.
Hacia 2012 comenzó a instalarse en las capas más profundas de la subjetividad colectiva una cierta ambigüedad de fondo. Por un lado, existía la sensación de que algo nuevo estaba naciendo. Pero no se llegaba a distinguir si lo que nacía era bello o se trataba de algo en realidad monstruoso. Hace poco tiempo atrás, en junio de 2017, en un grupo de investigación que permite ver algunos aspectos psicológicos de la vida social, se dramatizó una escena en la cual un conjunto de personas caminaba, concentradas cada una en lo suyo, mientras que uno de los participantes proporcionaba golpes imperceptibles con los que dejaba fuera de juego, a todos los demás participantes.
El análisis del público señaló que se trataba de “matar la indiferencia”. Era evidente que se negaba que no se puede matar la indiferencia matando a los indiferentes. No era la indiferencia lo que era objeto de ataque sino los propios sujetos que quedaban inmovilizador por el golpe certero e invisible.
El contenido de la situación representada y la notable negación que realizaba el público, permite postular la actuación de un mecanismo de defensa: la renegación de un ataque del que se es objeto o del que se es sujeto. Esta renegación tiene dos partes: la percepción de ese ataque y la negación (renegación) de su significado. Se trata de un riesgoso mecanismo ya que la vulneración percibida y enseguida denegada se internaliza, produciendo fragilidad y fragmentación subjetiva en la víctima a la vez que estabilización del carácter perverso del ataque que apunta a la vulneración subjetiva.
Como todos sabemos hoy, Durán Barba lo afirma, en la economía y la política tiene un enorme peso la subjetividad. Y es probable que la escena que comentamos refleje el argumento implícitos sobre el que se asienta la estrategia política y mediática oficialista.
Esta estrategia explota una banalidad que nunca dejó de existir. Pero también apunta a vulnerabilizar, culpabilizar, deprimir, melancolizar y fragmentar a otra parte de la población que advierte estupefacta que el gobierno actual es un gobierno de ricos para ricos (como ya lo percibe hoy el 70 % de la población). La política actual, como toda política neoliberal, apunta a perforar el piso de la autoestima y dignidad básica de los ciudadanos, como ya lo hicieron otros gobiernos neoliberales. Con ese fin la violencia estatal (PepsiCo, Docentes, Cresta Roja hace un año y medio atrás) es mostrada en los medios, de modo obsceno. Con esos hechos apuntan a satisfacer los deseos de un 20 o 30 % de la población que de un modo u otro disfruta del hecho de que los pobres, los locos, los viejos, los putos, las mujeres, los trabajadores, los jóvenes, los niños, los indios y los negros ocupen el lugar del que nunca, según consideran, deberían haberse asomado. Pero también apuntan a vulnerabilizar al otro 70 % que ya está reconociendo el ataque del que está siendo objeto.
El capitalismo, pero mucho más aun el neoliberalismo, es cruel. Solo le importan los sujetos como objetos y las reglas abstractas de la economía que regulan el “libre” intercambio de las mercancías. La ejecución de este tipo de políticas requiere sujetos de dos tipos: por un lado sujetos vulnerabilizados y por otro lado de sujetos vulnerabilizadores. Víctimas y victimarios.
Un tipo de personalidad que ya fue estudiada y es especialmente apta para ejecutar las políticas neoliberales. Se trata de personas que se presentan como moralizadores, dando lecciones de rectitud. Pero son especialistas en ataques destructivos a los más débiles que no sienten culpa, remordimientos o escrúpulos. Mienten sin que se les note porque son incapaces de imaginar que alguien podría no mentir (algo parecido a las personas que acusan a todos los otros de ladrones sin dificultad, porque perciben que ellos mismos llegarían a robar, si estuvieran en posición de hacerlo). La apariencia puede ser emotiva pero se trata de sujetos de fría racionalidad. No tienen compasión. Son nadie en un sentido psicológico (aunque no en un sentido económico). Van por todos los lugares, porque no tienen ninguno. Utilizan la desgracia del otro para sacar provecho. No son responsables de nada de lo que no funciona. Lo que sale mal es siempre por los otros. En el fondo sienten una gran envidia porque nunca dejan de percibir una sensación de vacío, que no pueden alejar de ningún modo.
Todos estos rasgos corresponden a un modo de subjetividad que Marie-France Hirigoyen denominó perversidad narcisista, vinculada a una manipulación perversa. Esa perversidad no tiene nada que ver con un tipo de elección sexual. Subraya una cuestión muy distinta, un modo de vínculo que significa un ataque a la dignidad del otro, una vulneración de su identidad con el fin de controlarlo y si es necesario, destruirlo. La técnica es paralizar a la víctima. Provocarla hasta que reaccione. Cuando reacciona se le hace fácil confirmar que es ella, la víctima, quien está loca. Se la desestabiliza una y otra vez, como si se tratara de poner un dedo en la herida y revolverlo allí. Se la vulnera y luego se lo recuerda, manteniéndose así activo el trauma. Esta vulneración sistemática del otro es una defensa (cínica) que aleja al perverso de sus propias perturbaciones, las cuales podrían llevarlo (si falla la manipulación), a la psicosis o a un derrumbe depresivo.
¿Para qué sirve saber esto? Para darle realidad a la existencia del ataque del que estamos siendo objeto. Para no melancolizarnos, para que no llegue a ser eficaz la estrategia de vulneración. El ataque económico y social es también un ataque simbólico (a través de la posverdad de la comunicación de los monopolios mediáticos).
Es difícil de creer. Parece increíble. Pero no es extraño que sea real: está en la esencia inhumana de la política neoliberal, de la acumulación por desposesión como lo analizan figuras tan distintas como Francisco, el Jefe de la Iglesia Católica y el geógrafo marxista David Harvey.
Es clave registrar las consecuencias del daño, en primer lugar cómo se desorganiza la vida cotidiana de millones de personas. Confrontar con el poder destructivo. Y reconocernos víctimas de un disimulado ataque. Descubrir que quienes atacan no tienen corazón. No hay ternura posible cuando su fundamento, el reconocimiento del otro como otro, no llegó a ser parte del equipaje existencial originario. Como dice Marie-France Hirigoyen, es necesario aceptar que se es víctima de una manipulación y nombrar-con-todas-las-letras el ataque percibido y a veces renegado. Salir de la ambigüedad y descubrir la tergiversación y el silenciamiento cotidiano que instrumentan los medios monopólicos de comunicación.
Aun hoy no registramos gran parte de la violencia de la que estamos siendo objeto. La frustración se expresa como violencia hacia nosotros mismos y hacia los otros cercanos. Eso genera una tensión permanente así como depresión y bronca. Se trata de una situación cuasi onírica que impide reconocer el ataque, aún hoy, a pesar de los innumerables signos que dan cuenta de ello.
Si no analizamos y rechazamos finalmente la violencia de la que estamos siendo objeto, puede ocurrir que de la actual ambigüedad manipulada descendamos a la condición de sujetos fragmentados y melancolizados. El ataque de las clases dominantes y los monopolios representados en cada uno de los ministerios, tiene por objeto llenarnos de impotencia y depresión. Si logran esto habrán construido el requisito subjetivo del neoliberalismo: la fragmentación subjetiva y vincular. Entonces volveremos a no saber quiénes somos y si lo que de hecho somos tiene algún valor. “En la política y la economía hay un enorme componente de subjetividad”. Como dijo una participante: “Son cosas muy comunes y cotidianas que no podemos saber qué significan”. Tengamos en cuenta: “Un puño anula, implacablemente, uno por uno”.
Buenos Aires, 9 de agosto de 2017
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